No se
inclina a mi paso, sino al del Cierzo. Parece que lo doblega, que le hace besar
la tierra, pero inmarcesible vuelve a
levantarse y a vibrar hasta la próxima ráfaga. Gallardo pero no altivo,
orgulloso y humilde al mismo tiempo. Me cuenta que soporta mejor este viento que el bochorno cuando llega caliente y le chamusca las flores.
Me alejo
pensando en las lecciones que continuamente nos da la naturaleza.
Una planta
tan sencilla y a la vez tan fuerte, con una capacidad infinita para adaptarse a todas las situaciones sin agachar
la cabeza. Espera con paciencia mientras
se hamaca al compás del aire, a que el
sol le de vida y cada noche, la luna de
plata le acaricie con suavidad.
No se arrugaría ante la tormenta con la que se despidió mayo,
que trajo más ruido que agua. Se acunaría en su furia con actitud flexible y al amainar,
regresaría a su estado natural
sin darse importancia y sin romperse.
Cuánta razón
tienen las palabras de Irene Vallejo: “Cada vez más, el conocimiento de cada
uno sería un archipiélago mínimo en el inconmensurable océano de su ignorancia”
Fotos: mis archivos
Fotos: mis archivos
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