Navegamos
entre contradicciones, sentimos que el
barco zozobra sin poder evitarlo y no sabemos en qué dirección remar.
Ocurre
por ejemplo, con la hiedra. Siempre verde, leñosa y trepadora. Hay quien opina que es beneficiosa para su entorno; por el contrario, algunos consideran
que es parasitaria, que asciende lentamente por el árbol y mientras él cree que
lo adorna, le está chupando la savia hasta que lo seca. ¡Ufana, reina desde el
tronco hasta la copa!
Mi
abuelo decía: «Información cruzada, confusión segura, y añadía, en rio revuelto,
ganancia de pescadores».
La
enredadera juega con las emociones. Sentimientos
que a veces nos hacen felices y otras, desgraciados, y en el
devenir de la vida nos zarandean y nos
dejan a merced de cuanto manipulador se
acerca.
Pasiones que no hemos aprendido a sujetar bajo 7 llaves para que no ejerzan la fatídica atracción de estos nauseabundos
parásitos incapaces de vivir de su propio esfuerzo.
Tras
el confinamiento, llegó la decepción, porque lejos de “salir aprendidos” (como
rezaba la cantinela cada día), parece que la polilla se ha terminado de comer el
sentido común de los unos y los otros nos dejamos arrastrar por el fandango
que alimenta a la yedra y seca al más iluminado.
Nuestro
mundo conocido está cambiando a cámara lenta y con tanto follaje no lo estamos notando.
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