Un
aspa gigante irrumpe en la altura,
parece que ha perdido el molino de viento donde giraba. Poco a poco los aviones
comienzan a surcar la atmósfera dejando sus estelas y una alegría renovada
vuelve a mis ojos, temerosos todavía.
En
nada, comenzaremos a viajar de nuevo. No sé si eso será bueno, o no tan bueno,
o lo mejor, porque tenemos que recuperar
la maltrecha economía que ahora amenaza tanto como el Covid19.
Para
no pensar cómo será empezar “una nueva normalidad” sin tantos desamparados
que no volverán, me sumerjo en los momentos vividos no hace muchos meses,
cuando visitamos La Patagonia. Mil cosas
conocimos y mil y una aprendimos allí.
Recuerdo
el encuentro que tuvimos con unos pollos de
cóndor, navegando hacia el Perito
moreno. Su envergadura a pesar de su corta edad, era asombrosa, y posaban sobre
la roca para cuantas cámaras quisieran
fotografiarlos con un porte que, ni aprendido.
Audaces
y elegantes, transmitían con la mirada,
que éramos nosotros los exóticos
ocupantes del lago.
Ellos
son fronterizos. Conformados con los gélidos vientos de los Andes, viven entre
Chile y Argentina y, toda la
tierra, agua y aire son suyos. Han
acotado su espacio porque están en peligro de extinción y a los nativos, los dejan vivir allí por pura
generosidad.
Tardaremos
en volver, pero lo haremos para conocer en profundidad esta asombrosa tierra, su
hábitat y sus habitantes.
Mientras
tanto seguiremos reprobando a tantos deambulantes que ponen en peligro su vida
y la de los demás.
Fotos: mis archivos
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