El jinete apocalíptico que llegó hace tres meses no se ve, y
a pesar de las visibles muestras de su existencia, muchos creen que no existe.
Los más intrépidos, carentes de miedo y de sentido común,
apelan a la “sentencia” de Santo Tomás: «cuando meta mi mano en sus llagas...»
sin percatarse que el Covid19 no las tiene, sino que la produce. La
incredulidad y la ignorancia caminan por el mundo de la mano, y son así de
atrevidas, sin perjuicio de lo que suceda.
Con el solsticio de verano celebramos la noche de San Juan
(festividad en algunos puntos de España), con el ímpetu de todos los años, pero sin tanto ruido
y algarabía.
Aplicado el protocolo de seguridad sanitaria, se espera que no sea saltado como se salta un
potro. Aunque si sucede, será justificado por “el ardor juvenil” que
tiene más llamas que la propia hoguera
encendida en honor al santo. Lo sabemos de antemano.
La esperanza llama a la prudencia, para que no ocurra como
otros años que entre fuego, música,
chocolate y mil actos a los que los ciudadanos se vuelcan hambrientos de
distracción y alegría, no lo hagan sin conocimiento.
Unos saltan los rescoldos entre conjuros y hechizos, otros
sobre los unos, haciendo un revoltijo de huesos y músculos, mientras la fogata, alimentada con el exceso, crece sin
orden ni control.
Y todo porque: “Lo que no se ve, no existe”.
Foto: Google
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