Un oleaje de
palabras huecas incendiaba mi cerebro, y no quería calmarse. Zarandeé mi
cabeza mientras pelaba la primera patata
y como si fuera la emisora de tanta
palabrería le clavé una uña, pero fue en vano.
Terminé la jornada
con un terrible dolor de cuello. Corrí a colocarme el cuello ortopédico que debía llevar, para
corregir el esguince del esternocleidomastoideo, producido por el continuo estrés. Pero dispuesta a no renunciar a todo por falta de
movimiento, me disfracé de payaso y me fui a cantar un bingo, por todo lo alto.
¡Me lo había
ganado!
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