Llega el día dubitativo,
tambaleándose entre el sol y la luna, entre la luna y el sol.
Su única misión, apagar las
estrellas cansadas de alumbrar tortuosos caminos de ciegos andantes.
Llega la noche decidida,
determinante. Con una autoridad desconocida
abre la puerta a los astros que no pueden caminar de día. Y la luna no aparece,
no llega, tiene sueño, no ha dormido. Rezagada, entre nubes y colinas esperando
ver al sol, se ha desvelado. Errante por las horas diurnas, eternas, ha perdido
su arrojo y entre suspiros le pide perdón a la noche.