Lorenzo llegó de madrugada con grandes chuflas. Pero la luna, con humor de perros, se había acostado sin
decir ni mu. Las estrellas le habían dado una noche toledana.
Vio que las nubes avanzaban dispersas, en silencio, como blancas doncellas hacia el sacrificio y se las prometió felices. Salivaba de pensar en el festín que se iba a dar de par de mañana.
Ellas dijeron que no querían ni bailar, ni danzar, ni nada. El astro,
contrariado, empezó a calentar para diluirlas, “si no sois mías, no seréis de
nadie” —amenazaba.
Pero ellas dijeron que “No” es “No”.
Habían aprendido, se habían hecho fuertes, y no sucumbirían a sus deseos. Se
arremolinaron, cargaron las tintas, y
terminaron ahogándolo en un torrencial de agua, que por ende cayó sobre la
ciudad, refrescando el ambiente. Listas
ellas, mataron dos pájaros de un tiro.
La luna, acudía veloz a la contienda, pero llegó tarde. Las nubes
habían conseguido oponerse a su encuentro y el sol se fue al otro confín del
mundo.
Fotos: mis archivos.
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