Cuando Miguel de
Unamuno acuñó el término sororidad, muchos no entendieron su alcance. Yo tampoco la conocía, aunque
salía rimbombante en pancartas de protesta.
Mientras busco
el significado; el gato, goloso, pega un
mordisco al pescado que tengo en adobo para la cena. Como lluvia amarilla le
caen varios zapatillazos, pero me mira asombrado. “¿No era para mí?” Y
corre desenfrenado entre el laberinto de
sillas bajo la mesa esquivando el siguiente golpe. Con el remolino que forma, se cae el cuadro con el árbol de la vida, y
se hace añicos. Y todo, por una palabra que no conocía.
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