Las
hormigas, deseosas de ver el sol, siguen
la hilera por el camino del parque, sin
otra carga que el afán de disfrutar de estos momentos de libertad de
movimiento, tras 50 días de hibernación.
La
primera encabeza la reata siguiendo el
rastro abandonado tiempo ha; el resto la sigue en bicicleta, o a caballo, o corriendo, o caminando a un paso que parece que quiere
recuperar los pasos no dados. No
hay bullicio, nadie grita para saludar al que pasa, tal vez no quieran
despertar al Covid-19. Nadie sabe dónde se instala, ni lo quiere saber. Se ha
convertido en una pesadilla que acecha en las murallas del entendimiento. Pero
todos sabemos que más pronto que tarde descubrirán la forma de destruirlo.
Las
flores silvestres aroman el camino, abiertas al sol que llega radiante; las nubes del norte se aproximan
con cara de amigos, van pasando de largo, pero una se abraza al monte Isasa y contempla cómo las hormigas siguen su
huella, dejando que la primera abra camino. No se creen todavía, que sea posible vivir en libertad compartida, respetando la distancia, con educación y
respeto al prójimo y a la naturaleza.
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