Avanzada la primavera, calienta con más fuerza y la naturaleza adquiere un amplio abanico de aromas y colorido. Incluso las montañas, configuradas por el paso del tiempo, proyectan fantasmagóricas sombras. Una secuencia de montes y colinas cubiertos por un inmenso manto verde conforman un espectacular paisaje que induce a la serenidad y a la reflexión.
Encontramos a los buitres algo arremolinados. Los pocos que vuelan, lo hacen bajo.
Pretenden encontrar el cuerpo de uno de ellos que había intentado tomar un
atajo entre los ventanucos naturales que en la montaña se han ido abriendo por
la erosión. No calculó bien el pájaro y se estrelló contras las aristas. Lo encontraron agazapado, sin plumas, y
bufando para que lo socorrieran.
Las aves carroñeras, tienen otra percepción de la
vida porque se saben necesarias para que la biodiversidad esté equilibrada,
aunque algunas veces aparezca entre
ellas un elemento desadaptado que desequilibra su hábitat.
En todas las
sociedades fluyen, como manantiales de aguas pestilentes, carroñeros
oportunistas disfrazados de prolíficas abejas. Confiamos que las alimañas se devoren con sus propias
fauces, o sea, que se
equilibren entre ellos mismos. Lo malo es que en el trayecto de su propia
extinción, intentan sobrevivir como el buitre del cuento y arrastran al más
pintado.
Los
juveniles realizan movimientos dispersos
y erráticos sobre el escenario,
emitiendo con sus trinos una singular melodía, que me recuerda al estribillo de una canción de Facundo Cabral, que escuché en las redes no
hace muchos días:
“Vuela
bajo, porque abajo está la verdad, esto es algo que los hombres no aprenderán
jamás”.
Fotos: mis archivos
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