La ventana se ha convertido en la
puerta a un ágora improvisada, compuesta por otras ventanas de donde salen saludos, aplausos y
abrazos con la mirada para los
vecinos, besos lanzados al aire con las manos,
que el de enfrente recoge sin perderse ninguno.
No es la plaza por la que ya
nos dejan dar una vuelta, sino la que
hemos descubierto con el confinamiento y que habíamos olvidado. Tiene el mismo
calor y no tanto riesgo.
Porque salir a la calle se ha
convertido en un “no derecho a caminar seguro”, ni a “protestar por ello”,
porque lo primero que oyes es: «¡Si ves que los otros no respetan, no protestes,
veté tú por otro sitio!». Como en otros ordenes de la vida, ahora y antes de la llegada del “virus asesino”, el propio conjunto social impulsa a castigar al que cumple las normas y
salvar al que no.
Tendremos que convertir la comunicación
gestual y corporal, en un instrumento necesario, porque hemos ampliado el
confinamiento, a un encierro de pensamiento tal, que desde que abres la puerta, aun llegando a la calle, no
sientes sensación de libertad, sino todo lo contario.
Abrazar con las palabras, o con las
miradas, llegará a ser la mejor forma de
salir del confinamiento mental.
Fotos: mis archivos
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