¡Nos
han advertido!: «Salid con prudencia», «moveros con cautela». Mucho me temo que
a estas alturas de la vida, lo escuchamos como el que oye llover.
La cautela, como la prudencia son buenas
consejeras. Buena compañía, sin lugar a dudas.
Pero son poco conocidas. Abanderan un uso desgastado y a veces se las confunden. Para unos, la
prudencia es sinónimo de tontería. O sea: “prudente” es igual a “tontainas”.
Con
el tiempo, a la cautela se le ha adornado
con un matiz de astucia o maña para engañar. A lo
mejor por eso no se le tacha de tonto al que la utiliza con ese acicalado.
Aristóteles,
a la prudencia, la consideraba una virtud: «el individuo prudente se diferencia del resto porque emplea su capacidad de
deliberación, que le lleva a discernir cuál es su mejor opción en todo momento».
¿Por
qué, entonces, ha llegado a nuestros días con una pátina transparente y solo la
encontramos visible en la literatura?
Nuestra
sociedad hace años que tiene acceso a la lectura, con infinidad de medios con
los que adquirir conocimientos. Pero en
el intento hemos perdido la cordura,
banalizado los conceptos, la hemos convertido en simple retórica, y no la usamos para no
parecer tontainas.
Tal
vez el árbol tapó el bosque hace mucho tiempo
y salir de nuestra área de confort supone un esfuerzo inusitado al que
no estamos acostumbrados, porque nuestro cerebro no está bien alimentado.
Así las cosas, ¿Qué veremos en los siguientes mercadillos? Por
ejemplo.
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