Nunca había
sentido el miedo tan de cerca. La tensión de las primeras semanas hizo que lo supiera
afrontar, pero la resistencia se va aflojando. Parece que el temor se difumina entre las palabras que se
repiten día a día y las vamos aceptando y acomodando en nuestro lenguaje y ya
nos parecen como de la familia. Aun así, tengo desasosiego, porque no veo al que nos ataca.
Pero me
imagino que así no se sentirán los que en un abrir y cerrar de ojos, sin sobrellevar
el duelo de su cuidado, sin mediar un:
“espera”, “no te vayas”, “un, te quiero”, el ser más querido se ha ido hacia el
polvo que lo convirtió en barro. En realidad, no sé cómo se dolerán.
Todos los
dolores, físicos y psíquicos, son malos. Todos. Pero a este se le suma la
incertidumbre, la impotencia, la incredulidad…, emociones que nos conducen como
a los títeres del “Pequeño teatro” de
Ana María Matute, por caminos escabrosos e inentendibles. Pero ella nos regala a “Ilé Eroriak” y entonces, creemos que entre
todos podemos formar el elemento que nuestra sociedad necesita para lograr la unión
de criterios que creemos nos salvarán, si no de la muerte, si de la ruina.
Fotos: mis archivos
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