Absorbemos
mucha información sin filtrar y los
posos, como los del café, caen a la taza y nos quedamos con ellos. No distinguimos entre lo que nos sirve y lo
que no. Lo que nos hace felices, o nos
crispa. En definitiva, qué nos informa y desinforma
al mismo tiempo. Nos sentimos
como si empezáramos a rezar con un rosario de contradicciones.
Ya
que el mundo se ha parado, es el momento
de dejar nuestras quejas a un lado y
reflexionar sobre la forma de vida que
hemos adquirido y los aprendizajes que
nos han llevado a ciertos hábitos e inercias equivocadas.
Vemos
que muchas cosas las hacemos porque “siempre se ha hecho así”. Y nuestro “siempre” abarca “dos
días”, que se han ido modelando sin darnos cuenta. Y que ahora, ante una situación sanitaria
crítica, comprendemos que no sirven esos
comportamientos; sin fijarnos en que
antes, tampoco servían.
Deberíamos
cuestionarnos lo aprendido, o cuando
menos evaluar su eficacia y preguntarnos
cómo podemos perfilar esa conducta,
encontrar el camino hacia a un cambio
positivo.
Borrar
el modo de comportarse requiere, cuando menos, valentía. Y nosotros, los
humanos, somos valientes y la mayor parte de las veces sabemos lo que no
queremos: ¡¡no queremos contagiar ni ser contagiados!!
Por
eso, necesitamos un modelo diferente de
escuela con nuevos patrones de educación, donde podamos desaprender lo
aprendido, para que la coherencia no
pierda su sitio, y no titubeemos entre
el grano y la paja.
Larry
Niven mantiene que: «La mitad de la sabiduría es aprender qué desaprender»
Fotos<. Google
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