Pasan
los días y los meses y la memoria flaquea y nuestras exigencias se ciñen al
momento presente. Ya no recordamos qué polvos trajeron estos lodos, ni que
nuestro futuro está pendiente de un hilo. La nuestra es demasiado frágil.
Ya
nadie recuerda el sonido de la campana
que adorna el pequeño torreón del ayuntamiento. No hace mucho, lo hacía cada
hora del día. Nadie sabe por qué se
quedó muda y sigue en su sitio como un simple adorno.
Las cosas útiles, aunque antiguas, se cuidan y
se guardan. No son viejos ni antiguos, ni cosas, nuestros mayores y sabemos qué
tenemos que hacer y lo hacemos para cuidarlos. Y la vida transcurre así, con esa
máxima de “todos para todos”, o “ayer
por mí, hoy por ti”
Viejas
son muchas cosas de usar y tirar y aun
así se amontonan. Todo se guarda. Pasa siempre, en todos los ámbitos.
Recuerdo
que ayudé a unos amigos cuando hacían la mudanza; tiraron cajas y cajas de
objetos que hacía años que no usaban… Se prometieron a sí mismos no acumular
tanto material inservible, obsoleto… Pero ahora, si me llaman para otro traslado, les pediré que primero se deshagan
de todas esas cajas que de nuevo han acumulado. Es algo que llevamos intrínseco
en nuestra forma de ser. Esto, por si…,
Aquello, por si…, y sin darnos cuenta el piso corre el riesgo de hundirse con
el peso de tanta carga innecesaria.
Ocurre
algo parecido con las emociones, las acumulamos sin digerirlas bien. Si son malas por no pensar en ellas. Si son
buenas, para que no se desgasten; las guardamos de igual manera. Y mientras
tanto el hígado, obturado, se resiente porque ya no puede producir la bilis que necesita.
Lo
sabemos, pero continuamente cometemos el mismo error. Por si… por si…
Es
hora de abrir nuestra mente y fortalecer nuestra memoria, de tirar lo que
realmente no sirve, de apartar las piedras que obstaculizan nuestro camino, de huir de los incendiarios, de
trabajar unidos contra la pandemia que nos
mata. Una vez salvados, tiempo tendremos de reestructurar la normalidad.
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