Tiene el firmamento una atracción especial cuando lo
miramos detenidamente, por eso, no es de extrañar que los
antediluvianos pensaran que la fuerza
sobrenatural que los gobernaba venia de la bóveda que los cubría.
Una cúpula oscura, marcada con
millones de ojitos brillantes, caprichosas nebulosas que juegan al escondite, una luna que parece brindarles más o menos poder
según sus fases, y que sin prisa, pero sin pausa, va rodando hasta dejar espacio
a un tímido sol que llega para cambiar
su apariencia y que según el
humor que traiga, brindará un radiante cielo azul
o, se ocultará tras el cumulo de amenazantes nubes .
Un firmamento que a menudo se
colorea con fuegos de artificio: los efectos
especiales de los cometas,
eclipses, lluvia de estrellas, y demás fenómenos que hoy sabemos su causa, pero que nuestros antepasados aceptaban como prodigios sagrados, a los que,
incluso, ofrecían sacrificios.
Una pátina de misterio recubre las constelaciones que parecen observar en
silencio, cada movimiento de su entorno.
¡Cuánto tienen que disfrutar los astrónomos que pueden hablar a los astros de tú a tú y
por su nombre!
Si Galileo Galilei
levantara la cabeza, no tendría que
adjurar de la visión heliocéntrica del mundo, aunque después de eso, reiteró: …
«Y sin embargo, se mueve»
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Fotos: mis archivos
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