La gigantesca obra de ingeniería
que el alemán Herman Sörgel, diseñó para remodelar medio planeta, durante los
años 30 del siglo pasado, es una muestra más de que el camino al infierno está
lleno de buenas intenciones. Se trataba de un desquiciado plan para desecar el
Mediterráneo.
Y creemos que nuestros ancianos, en
su casita y con sus pensiones, viven en el valle de Josafat, cuando en realidad, se están riendo por no llorar, de la situación actual, porque saben que nuestros
“insignes” no les llegan
a la suela del zapato a los del siglo pasado.
No solo han soportado y sobrevivido a más guerras y
catástrofes que nosotros, sino que se tragaron mayores dosis de estupidez humana, por no calificarla más
crudamente.
Y nos extrañamos de estos sorprendentes
descubridores de “la tontería”; nos hacemos cruces de cómo malgastan el
intelecto en borrar la historia, cambiar
el lenguaje, remodelar la sociedad…
Asombrados, nos damos cuenta de que
esto viene de lejos. Que tuvimos y seguimos teniendo grandes
lumbreras que en lugar de trabajar para que toda la humanidad disfrute del
bienestar social que se gana a pulso, lo hacen descubriendo “nuevas constelaciones”.
Aunque a lo mejor no es tan descabellado, porque seguro que es a dónde pretenden marchar cuando hayan destruido el
planeta.
Una gran cantidad de ancianos se
nos han ido en esta pandemia. Cada uno puso su granito de arena para construir
un mundo mejor y, todos ellos sufrieron el
desmesurado egoísmo que reina en la tierra. Algunos, como Juan Marsé que acaba
de dejarnos, intentaron con sus letras enriquecer e instruir a todos, a pesar
de “los intelectos” de turno.
Me pregunto si se han ido a causa
de la pandemia, de sus propias enfermedades, o si se están muriendo de pena.
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Fotos: Google
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