Mi padre me decía: No te fíes de nadie, nunca, y a veces, ni de ti mismo.
No había ido a la escuela, pero
razonaba sus sentencias con maestría. Opinaba que: todo el mundo tiene sus
fuerzas y sus flaquezas; que, un buen amigo nunca te dejará en tierra de nadie. Claro está que
no todos los que dicen ser amigos, lo son en realidad, y para eso el principio
de la prudencia viene como anillo al dedo.
Hoy recuerdo con nostalgia aquellos sabios consejos que a su vez los
había aprendido del suyo.
Hordas de incultura están asolando
la sociedad a nivel mundial. Aderezada, además, con la letalidad del odio que ciega al
ciudadano y sigue sin escrúpulos cuantos
desmanes se les antoja a quienes creen ostentar ¿”cierto poder”? y consideran
que tienen que llegar más allá, y con el
dulce jarabe de los “derechos”, que no son tales, manejan a las masas, cada
días más embrutecidas.
No ven que su
vida es cada día, más mísera y despreciable y tendrán que lamer la mano
del que antes le hizo creer que los alimentaba. Si no ponemos remedio, terminaremos todos sin
cordura.
Cuadrillas ingentes haciendo
fiestas, celebrando “triunfos” ajenos, propagando el virus a diestro y
siniestro, y ¿no los pueden
controlar? ¿Es más fácil confinar a
ciudadanos cumplidores que solo quieren trabajar y ganarse el sustento, que contener
a los gamberros que contaminan su comunidad y la de al lado?
Aunque, tal vez, nos encontremos nadando
entre la filosofía del “utilitarismo de Bentham” y el “velo de la ignorancia” que promulgaba Rawls,
y claro, nuestras mentes no llegan a
tanto.
Definitivamente, prefiero la
filosofía de mi padre.
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Fotos: mis archivos
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