Con el tiempo he ido
descubriendo, a muchas mujeres que, con
la fuerza y tenacidad que las caracteriza, fueron reconquistando puestos perdidos o no
conseguidos a pesar de su eterna lucha. Por ejemplo: Hipatia de Alejandría
precursora de la mujer en la ciencia, o el levantamiento de las 20.000
estadounidenses luchando por los derechos laborales de la mujer, o a Clara Campoamor que consiguió el sufragio
universal para todas nosotras... Luchadoras
en solitario, que abrieron camino a la lucha unida.
A mi entender, algo se está desvirtuando. Estoy
convencida de que con las declaraciones
feministas dentro de un manifiesto por el “orgullo gay”, es el propio colectivo
el que se discrimina.
Si como mujeres,
tienen que reiterar su derecho a ser
respetadas y se les reconozcan los mismos derechos que al resto de las
personas, deberían hacerlo en el conjunto social femenino. Y, reivindicar sus
derechos como LGTB, procedería hacerlo dentro
esa agrupación.
Nos movemos en torno
a un hecho concreto: “La violencia”:
1. De género: que la sufren principalmente las mujeres
y también los hombres.
2. En el núcleo
familiar: las mujeres, los hombres, los niños y los ancianos.
3. La de Sexo: que la sufren las mujeres y los hombres y
los niños y los ancianos.
Pongamos unas
etiquetas u otras, el hecho es que, la violencia, recaiga sobre ellas o sobre
ellos, es una lacra contra la que
tenemos que buscar soluciones. Con mayor
número de mujeres, es cierto, pero a la hora de luchar por erradicarla, igual
conseguiríamos mejores resultados desde las acciones conjuntas y haciendo pedagogía de base para todos.
“Unidos venceremos al
coronavirus”, “de la pandemia, saldremos fuertes y aprendidos”; axiomas que
hemos escuchado continuamente, durante más
de tres meses y que a la hora de emprender cualquier tipo de acción, no sabemos
aplicar. Vamos por el camino independiente, en solitario.
Tal vez deberíamos
aprender del sol, porque del Covid-19 no nos ha quedado lección alguna.
Fotos: mis archivos
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