El primero, fue el más
emocionante de mis viajes. Durante el largo puente de diciembre, cuando fuimos
a Casarejos. Un hotel rural, acogedor y coqueto, pero con un obstáculo difícil
de superar: las escalinatas huecas para llegar a la habitación. Tumiguelangel,
siempre al quite, me alzaba, y subía apoyado en su hombro. La vista desde
arriba era espectacular…, escaleras abajo Tuteli subía cargada con las maletas…,
jejeje. Recuerdo con gran cariño el último día, cuando tuve que bajarlas por mi
propio pie. Tuteli se encargó de enseñarme cómo. Muy digno, la miré y comencé a
bajar con paso de modelo, sin mirar al
suelo. Tumiguelangel sin salir de su asombro, se fue con las maletas al coche…
A pesar de la nieve y
el hielo, los paseos por el Cañón de rio lobos resultaron fantásticos. Conocí
de primera mano, la textura del agua transparente y heladora, la nieve que se
pegaba en mis pezuñas, el viento fuerte y frio que pretendía dejarme atrás sin
remedio. Fue una experiencia atronadora.
El premio a mi aguante,
fue la comida que me trajeron del restaurante. ¡Ummm…, que exquisitez! Eso me enseñó a quedarme
quieto en el coche, cada vez que se iban a ver un museo, o un monumento… La
zona está plagada; desde el románico, enigmas templarios, mil esculturas
naturales y hechas por la mano del hombre…, se alejaban cada dos por tres…,
tanto hay por ver por esos parajes… La radio decía: “Soria, ni te la imaginas”…
y es verdad todos los pueblecitos tienen
sus historia y su iglesia o castillo. Alrededor de una de ellas, me pegué un
topetazo de antología. Era una explanada que tenía fin, pero yo lo desconocía. Y
caí de plano por un precipicio que casi me deslomo.
¡Ah! no he mencionado
que, tenía poco más de 10 meses… Otro día os seguiré contando…
Fotos: mis archivos Google
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