Está la ciudad vacía y silenciosa, pero se siente llena de vida. Se percibe
el bullicio dentro de las casas. Me
viene a la memoria el último recorrido que hicimos por los montes de Arnedillo,
donde no se veían a las aves, pero sus trinos llegaban armoniosos. No veíamos a
las abejas, pero su algarabía llenaba las
colmenas. Hacían su miel con la paciencia que les da la sabiduría de saber aceptar su condición y
que cada cosa en la naturaleza tiene su propio ritmo natural y su
forma de manifestarse.
La paciencia. Ese bien tan preciado que pocos
cultivamos, pero por todos sabido, que es
la madre de todas las ciencias; que consigue cuanto se propone y te lleva a
buen puerto cuando la escuchas. No mata, ni en dosis pequeñas, ni en grandes.
Deberemos regarla y abonarla durante este tiempo
que se prolonga irremediablemente, para conseguir detener la pandemia y que el
confinamiento sea más llevadero y productivo.
¡Que la paciencia, mejor si es activa!
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