
Era por la tarde, cuando vi cómo paseaba un gato gris pimienta,
tan tranquilo por la acera de la calle, que previamente había cruzado sin temor
a ser atropellado.
Llevaba días en la ventana primero y en el
tejado después, observando el vacío y el silencio que antes no había visto. Por
fin, se ha decidido a comprobar por sí mismo que la estampa que de lejos
divisaba, era de verdad. Que no eran alucinaciones.
Cruzó y descruzó la calle, caminó la acera de
arriba abajo y lo repitió en la de enfrente.
No salía de mi asombro. Cada vuelta, caminaba más empoderado hacia su libre
albedrio, sus movimientos eran más señoriales, como que se estuviera haciendo dueño del lugar.
Fotos: mi archivo
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