No solo las aves, palomas y gorriones, están perdiendo el miedo a sobrevolar la ciudad, pararse en los tejados, ventanas y fuentes, incluso caminar por las aceras. También los gatos. Esos felinos desconfiados por naturaleza que permanecen impasibles en las casas sin inquietarles lo más mínimo lo que pasa por el exterior.
Era por la tarde, cuando vi cómo paseaba un gato gris pimienta,
tan tranquilo por la acera de la calle, que previamente había cruzado sin temor
a ser atropellado.
Llevaba días en la ventana primero y en el
tejado después, observando el vacío y el silencio que antes no había visto. Por
fin, se ha decidido a comprobar por sí mismo que la estampa que de lejos
divisaba, era de verdad. Que no eran alucinaciones.
Cruzó y descruzó la calle, caminó la acera de
arriba abajo y lo repitió en la de enfrente.
No salía de mi asombro. Cada vuelta, caminaba más empoderado hacia su libre
albedrio, sus movimientos eran más señoriales, como que se estuviera haciendo dueño del lugar.
Fotos: mi archivo
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