Lo pensó. Emplearía la paciencia.
Conseguiría saber por qué su mirada se
apartaba de ella y de cuanto hacía.
La flema, de entre los humores,
era la que mejor definía su personalidad. Un cerebro bien amueblado al que sacaba mucho partido, aunque a veces,
el desorden la desubicaba un poco, pero su riqueza lingüística impedía que
cayera en el caos.
No la pondría contra las cuerdas. Sería ella la que revelaría
su malestar, ante un
espumoso bien frio, o dos, si fuera necesario.
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