Llegan a la ciudad
acogiéndose a “sagrado” (aunque que
entonces no lo era). Traen más herida el alma que el cuerpo. Les darán caza, lo
saben. Sus corazones abiertos vierten las últimas gotas. Riegan el arenal.
Se defienden sin
renegar: de ascuas y satas, se quieren
proteger, en fin, de la calumnia que terminará degollándolos en el espacio lindante. Huyen de la infamia, pero les alcanzan los suplicios.
Y así, pasado el tiempo, otros brotes
adornan los muros que se levantaron en su
honor.
En el 2020 no saldrán en procesión. Sin embargo, en las almas de sus fieles seguirá
creciendo la fe que inspiró su sangre vertida.
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Fotos: Google
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