Me esquiva, no se deja fotografiar, la cigüeña blanca no quiere hablar conmigo, solo lo hace con el rio. Tímida, vuela raso y se refugia entre los juncos. Busca comida y algo le susurra al Cidacos.
De repente, enfadada, alza en su pico una botella de
plástico, y me dice:

Angustiada miro al cielo,
y me encuentro al Sol y a la Luna pálida de agosto (con su halo
misterioso), festejando su “3 de agosto,
a las 2 de la tarde”. Ni una reja con flores
les impide compartir su felicidad. Y tampoco contaminan con su botellón.
Es cierto, el mundo sigue su rumbo, y nosotros medio
confinados, muertos de miedo, pagando las consecuencias de los desmanes que le
hacemos a la naturaleza.
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Fotos: mis archivos.
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