Mi padre, acabado el
día, regresaba cansado, sediento y con hambre. Pero solía contarnos una u otra historia, que tuviera moraleja. Una
de esas noches, nos llevó a ver un
musical: “Pedro y el Lobo”, compuesta
por Sergei Prokofiev, basado en el cuento “El
pastorcito mentiroso”, atribuido a Esopo.
Al regresar a casa nos hizo una sinopsis muy personal:
«Pedro, no solo ha perdido la confianza de sus vecinos, sino
que ya no la recuperará. Como bien nos enseña un proverbio judío: “Con
las mentiras se puede llegar muy lejos, pero lo que no se puede es, volver”.
Mucha gente, o no lo sabe, o se le pasa por alto. Miente una y otra vez, sin el menor pudor, porque adopta a la mentira como su auténtica y necesaria “verdad”.
La tiene como el recurso necesario para sobrevivir, para escapar de su propia mendicidad
psíquica y moral.
Se ve inmerso en un
círculo vicioso tal, que cuando
el tiempo no le da la razón, y todo sale
en contra de sus propósitos, se contonea de forma sigilosa, como la serpiente sibilina que magnetiza a quien se le
ponga por delante. Y repetirá el patrón, sin saber que un día, más pronto que
tarde, la realidad le caerá encima y por mucho que corra, no podrá huir de sí mismo, aunque
recorra los confines del orbe y ya, no
le sea posible engañar a nadie».
¡O, quizá sí! ¿Quién sabe?
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Fotos:mis archivos
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