Con un poco de pereza,
abro la puerta al verano, que llega con
los últimos estertores y con
miedo a ser recibido, a pesar de que trae
consigo todos los tributos: Vides, arbustos de moras y bayas, hojas muertas
para alfombrar los caminos; aromas penetrantes que, en los ciervos y corzos despertará el
instinto y berrearan para llamar a sus hembras… Lo lleva todo. Ha hecho
bien su trabajo…, pero algo falla, porque los ocres y amarillos los lleva en su
malíciento rostro. «Entramos de lleno en
un tiempo harto conocido—me dice—. Igual pero diferente, la misma estampa, pero
con mensajes tan encriptados que no se pueden descifrar. Con la primavera llegó
un ser invisible que nadie puede vencer. Tanto le afectó que se quedó sin saber que había llegado. Y lo mismo
me pasa a mi».
«Caminamos con los
mismos intereses, pero por caminos, cruzados con unos, y paralelos con otros. A
todos nos falta la palabra. La de cohesión, la que se convierte en bálsamo
cuando el dolor te agarra cual zarpa que
aparece desde la maraña del camino»—solloza.
Le dejo pasar con
tristeza, es la primera vez que veo al verano entrar en mi equinoccio con tanta
pesadumbre. Los Idus de marzo, no se han ido todavía.
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