El atrio, terminada la misa de doce, se había llenado de gente, cuando una pareja, a todas luces peregrinos, llegaron sin ganas de hablar. Había sido una dura etapa.
Vieron a los feligreses un tanto apáticos después de la Eucaristía. Entraron unos minutos a la capilla y salieron más animados. Prestaron atención a las entrecortadas conversaciones. Todo indicaba que, en breve, el santuario sería cerrado.
«¡Tantos años devotos
de la Virgen!»
«¡Nuestra patrona sin honrar por sus feligreses!»
«¿Que venimos andando si hace falta, todos los días al punto de la mañana!»
«Y, ¡no digamos los que
vienen de los pueblos de alrededor!»
«Y, ¿Qué me dices de la
Carmenada?»
Viendo la aflicción
que reinaba en el ambiente, se unieron a
sus voces:
«Tras la crisis que
vinimos padeciendo, aunque todo parecía indicar que la íbamos superando, los
bolsillos siguen menguados a la vez que la fe va creciendo, pero esta iglesia
tiene un mantenimiento muy costoso y claro, la congregación está
pensando en retirar a sus frailes y cerrarlo» —Explicaba un señor con lágrimas
en los ojos.
«¡Y ahora el Covid19.
Necesitamos un milagro!» —añadió la esposa.
—La fe mueve montañas,
ya lo saben. Nosotros venimos de
Australia. Empleamos nuestras vacaciones en realizar esta peregrinación hacia
Santiago de Compostela. A veces desfallecemos…, pero la Virgen nos acompaña y
fortalece en medio de la intemperie —decía el australiano.
—No pierdan la
esperanza. Un templo de estas características y tan visitado no puede perderse.
ELLA hará lo necesario cuando lo crea conveniente
y todo se arreglará. Ya lo verán —aseguraba su pareja.
Se despidieron, tomando su callado y su camino, con la promesa de volver al año siguiente, a rezar al mismo santuario.
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Fotos: mis archivos
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