¿Recordáis la cuerda, corta y eficaz, que sujetaba al elefantito al poste? Atado a la indefensión inducida, vivía feliz porque le habían enseñado que no andar más allá era lo normal.
Cuentan las malas o las buenas lenguas, vaya usted a saber, que entenderlo
todo hace a la mente perezosa; pero lo que a mis conciudadanos y a mí nos da
pereza es asomarnos a la ventana donde se cuenta una realidad paralela a la
que vivimos. Y cada día nos gusta menos
acabar como la gallina de Morón.
Cada vez, aparecen más Diógenes con grandes habilidades para barrer la fama de cuantos les amenazan con su sombra. Los ultrajes son constantes…, y merecido tendrían que, en cualquier momento, el gallo de Platón saltara a sus ojos sin ningún miramiento.
Crecimos aprendiendo que el agravio es una agresión. Que, el
insulto es una infracción. Que, arrasar símbolos nacionales es un delito. Pero hemos
llegado a un Estado en el que el delito se les imputa a unos, mientras que los incriminadores se perdonan a sí mismos las verdaderas infracciones.
¿De verdad no se puede trabajar por conseguir lo que uno cree, sin agraviar al
contrario?, o ¿es que lo que cree, ni es ni lícito, ni conveniente?
Se acaba septiembre y continuamos con la incertidumbre de lo
que pasará en octubre.
¿Acabaremos como el pequeño elefante?
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Fotos: mis archivos
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