Encontraban comida en parques y vertederos y se quedaron. Otoños e inviernos eran cada año más cálidos y pensaron que para qué volar, si aquí tenían lo necesario. Les parecíamos entonces una sociedad tan buena como la de otros lares.
Este año, en cambio, se
han ido a la primera oportunidad. ¿Predicen una estación más fría que la
anterior?, ¿no les gusta el paisaje que estamos pintando?, o ¿su hábitat se
está contaminando y no quieren saber nada de virus ni virulencias?
El resto de las aves, empiezan a ser reacias para sobrevolar las ciudades (salvo las palomas que son más osadas). Los terrestres, en cambio, perciben los cambios, y aunque desorientados, su primer impulso es recuperar un terreno que era suyo desde tiempos arcaicos.
A diario encontramos
hechos insólitos, como el del lince que
se pasea por nuestras calles; se me ocurre pensar que, tal vez va buscando su
antigua realidad, igual que nosotros ansiamos volver a la normalidad perdida.
Al paso de unas cuantas horas, habremos terminado septiembre. Otro mes en el que el miedo y la incertidumbre y las incongruencias van tomando forma al ritmo de las disputas entre las castas políticas. Menos mal que mientras tanto, aprendemos a convivir con el Covid-19 y vamos cambiando el miedo por el respeto.
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