Abrí la ventana y comprobé que había soñado con algo todavía inalcanzable. La ciudad seguía vacía, en silencio. Poco a poco las calles se fueron vistiendo con todos aquellos profesionales que seguían batallando en la trinchera. Me sentí segura y acompañada en la distancia.
Llegaron dos palomas al alfeizar, e iniciaron agradecidas, su acostumbrada danza nupcial, mientras se comían
el único manjar a su alcance.
Ver para creer. Ellas, como en
tiempos de guerra, hacían de mensajeras; se llevaban una pregunta y traían mil respuestas. Ya forman parte de la familia.
Y mi mensaje: ¡No temas, de ésta salimos juntos!
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