Que lo esencial es invisible a nuestros ojos, ya lo decía Antoine de Saint-Exupéry en “El principito”.
No se nos ocurrió
pensar que en la invisibilidad también se encuentran seres dañinos para nuestro
organismo. Y de la noche a la mañana, llega un microscópico ser con nombres y
apellidos y descendiente de otros que ya anunciaron su existencia, y nos cambia
la vida por completo.
Llega el caballero dando lecciones de urbanidad, de
generosidad, de altruismo. Nos da una clase magistral sobre la unidad. Sí,
porque hemos visto que siendo como una piña, trabajando cada uno en el puesto
que le corresponde, todos a la vez, podemos parar su propagación. Podemos
evitar que se instale en nuestras vidas y se quede, y entonces, ¿qué?
¿Con cuántas espinas cuenta la rosa de El Principito para
defenderse del mundo y con cuántas contamos nosotros para hacerlo de nosotros
mismos?
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