Entre
todas las especies, la del género humano es la que más sorprende. Enfebrecido
por su pretendido poder, se enerva tras
diferentes banderas y colores, para proclamar su grandeza. El homo-sapiens que
conocemos tiene flaca memoria, la del pez, y se olvida que somos embriones que
se desarrollan, crecen y mueren todos por igual; de la misma manera que se olvidan de
que son hijos e hijas, de padres y madres que aportaron su grano de arena
conjuntamente para llegar a ser hombres y mujeres de la misma especie y con la
misma finalidad. Iguales ante los ojos de Dios, diferenciados ante los hombres, únicamente por su sexo.
Se
olvidan que, “igualdad” es: disfrutar ambos
sexos de los mismos derechos y oportunidades sin detrimento el uno de la
otra, ni la otra del uno. Que la
unión entre ambos multiplicará su especie y por el contrario, su desunión los
aniquilará.
En
las ventanas, día a día vemos manos hablando de lo que sus corazones sienten.
No tienen sexo esas manos. Tampoco presumen de colores ni de ideologías. Solo quieren transmitir solidaridad en medio
del aislamiento. Agradecimiento para aquellas otras que trabajan para
cuidarnos.
En
las ventanas virtuales vemos algunas marcadas diferencias sexistas e ideológicas que en estos
momentos nos separan. Nos dividen, cuando lo que necesitamos con más ahínco que
nunca, es la unidad frente a la potencia
de un microscópico ser que amenaza con devorarnos.
Nada
somos los unos sin los otros y deberíamos haberlo aprendido ya.
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