De la noche a la mañana, la ciudad se viste de fiesta. Caminar por sus calles sería un jolgorio si la gente saliera de sus casas. Contemplo desolada el disfraz que le han colocado mientras escucho una voz a mi lado.
—¿Qué fiesta se celebra ahora? —me pregunta la nonagenaria. Hace frio, no puede ser las de agosto, y todavía no hace el año desde el confinamiento, tampoco pueden ser las del 3 de marzo. En Semana Santa se engalana todo de púrpura y negro… Faltan las de Navidad, pero, dónde están las campanas, y los ángeles, y las estrellas, y los pastorcillos con sus rebaños y el nacimiento, y los reyes? Falta hasta el papa Noel con su trineo y sus ciervos; ese ocupa que incluimos en nuestra celebración, no se sabe cómo ni por qué. Pero ahora el espíritu de esta fiesta, el verdadero significado de estos días no aparece.
—¿Cómo voy a explicarle a
los biznietos la importancia del acontecimiento si no entiendo qué significa el
esperpento que hay en la glorieta? Nadie sabe qué anuncia en realidad. ¿Alguien
puede explicarme qué simboliza…? —se cuestiona la anciana que camina con
tristeza y lentitud.
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