Llueven las típicas felicitaciones como cada año. Aunque, parecen circular con más zozobra y lentitud. Dadas las circunstancias, no es para menos.
Para mi sorpresa, la mía
ha elegido el camino de antaño. Enclaustrada en un sobre ha llegado a
familiares y amigos y, cuando menos, en sus caras se ha reflejado el entusiasmo.
No es nada del otro mundo:
“tras el dibujo difuminado de un portal, aparece un diálogo que empezaba con
pesimismo, pero la figura de un ángel lo va corrigiendo y convierte la tristeza
en alegría”.
Son la ilusión y la fe,
la magia de la Navidad.
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