Las mineras
al verla llegar, comenzaban su trabajo convencidas de que, a su lado, el
acarreo del carbón era pan comido.
Canastos
y castañas asadas ofrecían las canasteras a la cuadrilla de Farruca. Aportaban con
ello, el nervio que necesitaban estas mujeres para culminar un trabajo que sus
hombres, agrupados en los montes, no podían hacer.
Cantaban
risueñas cada mañana: “recuerda mis ojos mulata que, en poco tiempo, te arrullaré
entre mis brazos…”
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