Incansable, con toda la fe del mundo, lo revisto con una capa tras otra. Pego y barnizo las grietas de mi vaso más querido, el más amado; es siempre el mismo, el primero y el único, el genuino e insustituible, el que se rompió a los seis meses de vida.
El tiempo y los elementos
naturales resecan el barro y el cáliz vuelve a rezumar por cada fisura
recubierta. Inasequible al desaliento, arrugadas ya mis manos, lo intento de
nuevo. Pero él se empeña en mostrar tanto su rotura como su inutilidad. No me
queda fuerza para recubrirlo una vez más.
Con el corazón destrozado, impotente, pienso qué hacer con él: ¿Lo dejo en un rincón del estante hasta que el polvo se coma la pátina que no tiene, la que le inventé yo día tras día? ¿Lo ferio en el mercadillo del jueves de Navidad? O, ¿qué?
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