Marcelino Santa María Sedano Óleo sobre lienzo 1893 |
La veo desde la distancia, sin saber si es mucha o poca. Y pienso temerosa, si aún su tiempo nos dará alcance.
—Esta es mi vida —contesta la
temblorosa madre mientras mira las lagrimas del padre correr, a la vez que
arrulla a su hijo—. Veo el profundo dolor de mi marido que no sabe qué
hacer con mi niño. Tengo que amamantar a este otro chiquillo mientras el mío
perecerá a la intemperie de mis pechos arrebatados. No
puedo rechazar la imposición del señorito.
Mientras, un salado y contenido
torrente corre por su garganta. Su llanto y su pena son tan grandes como
invisibles.
Inquietos los bebés en manos que
no reconocen…, vestidos: uno de gala, de harapos el otro; ambos se perderán en
el tiempo. Entre tanto, la rebosante fuente alimentará al ajeno y el propio
perecerá en la indigencia.
La mujer, portadora del maná del
cielo, no es dueña sin embargo de ello, porque la otra, la esposa, carece del
manantial de la vida, pero ostenta el poder para saquearlo.
Con imperceptibles suspiros
despide a su retoño que, en brazos del padre, ignora todavía la desoladora
tempestad a la que le ha sometido el cacique que, reclama por derecho propio, lo que
no le pertenece.
La España rural de finales del
XIX, donde regía el amo de las tierras y de los campesinos. ¿Estamos tan lejos?
O simplemente vestimos con otras luces.
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