Sucede durante las negras noche de enero, cuando aparece ella tan resplandeciente, y los canis-lupus la aúllan sin descanso, por temor a ser ahuyentados y dispersos por el blanco y helado bosque.
La nieve y el hielo deja a los lobos, año tras año, a merced de la crueldad del hambre. A la intemperie.
Su recurso: la unidad del clan. El nuestro: la individualidad, como la del lobo estepario.
Tiempos difíciles estos que corren. Desprovistos del calor de los nuestros, aislados y perdidos entre incongruencias y desatinos. Enredados en la maraña de palabras vanas que no aportan sino crispación y miedo y que, en el mejor de los casos, se convierten en sórdido veneno; y en el peor, en odio mortal.
En cualquier caso, nosotros
no aullamos, pero mirar a la luna llena y esperar que mengüe y crezca de nuevo,
se ha convertido en los mejores momentos que el otoño de la vida nos puede ofrecer…, y lo son…, no cabe la menor duda. Eso, y ver las plantas crecer.
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