«Entré en el caserón que indicaba el anónimo, con la esperanza de encontrar allí a Perla, mi esposa, que no se había perdido. La bombilla no conservaba el halo ámbar de sus mejores tiempos. Su polvorienta figura, a través del espejo, imprimía amenazantes imágenes que me impedían el paso. Ni, aunque intentara llegar a la raíz de mis recuerdos, era capaz de reconocer semejantes espectros… Las olas, que chocaban contra el acantilado del peligroso mar…»
Un grito lo sacó de su interpretación: ¡¡Qué es
océano!!
Nadie le preguntó, al salir, si había
conseguido el papel.
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