"Los libros son las abejas que llevan el polen de una inteligencia a otra".

James Russell Lowell (1819- 1891),

poeta y crítico estadounidense





lunes, 7 de octubre de 2019

Miteli

Me costó un tiempo identificar  que Tuteli, quería decir en realidad, Miteli.  ¿Dónde está Tuteli? —decía él.  ¿A dónde vas sin Tuteli? —decía ella. No sé por qué, pero ahora comprendo que  la posesión es mía.  ¡Miteli!
Oigo su voz lejana, cariñosa… «Monty, Monty, mipequeñitoguapo»…, —siento su mano…
…¡Ay va! Si viene Tuteli  con nosotros. Corro feliz. ¡Qué bien lo vamos a pasar! Con lo que nos gusta la nieve.  Me emociona su cara  risueña tirando bolas  a su marido. Quiero jugar yo también jejeje; muerdo la nieve que ella coge y me aparta, no se da cuenta de  que quiero hacer bolas y tirárselas. (Recuerdo cuando  mordía la arena la primera vez que fuimos a una playa…) pero esa es otra historia,  volvamos aquí…  Y ahora me llama y me pregunta que qué me pasa… ¡qué tonta! no se entera de nada. Me voy a disfrutar de la frescura de la hierba blanca… ¡anda, que olor viene de ese matorral! Uhmm la lluvia ha limpiado  las plantas y  despiden un aroma tan rico, da gusto olerlas… «¡Vamos hijos, que camináis como caracoles!… »   Si supierais lo que me molesta la barriguita. Pero no me quejaré, ¡estamos tan contentos los tres!
Este parque es  una prolongación de mi hogar. Cada mañana lo recorremos,  y cada día cambian sus esencias... Cuando me saludan las ardillas me siento feliz, aunque preferiría alcanzarlas y darles un mordisquito, pero corren más que yo. 
«¡Ooh, Monty!…» —oigo su latido lento, o ¿es el mío?
El pulso que mejor recuerdo es el de  “Tumíguel” —fueron sus latidos los primeros que escuché cuando me apartaron de mi madre—. Cuando viene, la casa se llena de alegría y yo también me siento más feliz, porque entonces somos como una piña. ¡Los cuatro jinetes del apocalipsis! Recuerdo una ocasión, cuando subíamos al monte, que se me cruzaron tres corzos. Cómo corrían los condenados, pero  me fui tras ellos con la intención de cazar al menos uno… No fue posible. Son más duchos que yo saltando entre  arbustos y ramas. Con el firme tan  desigual se me rompió el espolón. No sentía el dolor, porque el de mi orgullo herido lo superaba.  Después me di cuenta de que eran una familia. Mejor que no les diera alcance, me hubiera apenado mucho haberles hecho daño. Nadie debería entrometerse  en una familia, ¡Nadie!  Algunos bien que crean tempestades innecesarias. Tuteli es fuerte…, pero  sufre…
En diferentes caminatas por el hayedo disfrutamos de la compañía de los corzos, jabalíes y demás animales. Nunca más se me ocurrió ir a cazarlos. Siempre nos saludamos, es bueno tener amigos por estos lares. En ocasiones me indican que hay  algunos peligros para mi familia; yo les  advierto y,  Tuteli, todo hay que decirlo, me hace caso…
«Monty… Monty,  mipequeñito»… —su voz llorosa…
Oigo  susurros de pena como los que, algunas noches se le escapan entre lágrimas contenidas,  que humedecen sus pómulos... Al principio, no sabía qué hacer y ante el temor de que estuviera irritada, me ocultaba tras las sillas del salón, como cuando se enfadaba con Tumiguelangel, o con su trabajo, o con la “abuela” ¡Que le hacía  cada  chapuza!  Graciosas al principio, pero  llenas de  ojeriza después. Ella las repetía y no se cansaba.  Tuteli hablaba y  advertía y rogaba que la hiciera caso… y nada. Erre que erre. Quería imponer  su criterio, a pesar de no estar en “su casa” porque en  la suya es otra cosa, y Tuteli nunca le imponía su razón… La regañaba porque no comía a su hora, o no se aseaba y vestía en condiciones…, pero nunca le dijo cómo hacer las cosas  en la  vivienda ni en su familia.  Pero volvamos a esas lágrimas, que debían de llenar lagos internos porque apenas rodaban unas pocas por sus mejillas, pero la miraba a los ojos  y adivinaba su profunda tristeza.  Una noche me acerqué despacito, la besé en la mano y ella sonrió. De un salto me subí a su regazo y me acarició toda la noche. Empapó  mi cabeza y  mi lomo. Me quedé dormido, mojado y todo…
«Es nuestro último viaje Monty querido…» —¡Qué va, Tuteli… estoy aquí!
¡“Corre, corre, Monty, ven, ven con Tuteli”!  Ese estribillo me acompaña siempre. Y cada vez que lo dice, corro a sus brazos. Me salvó de una tormenta torrencial que me caló hasta los huesos (y a ellos también), en pleno monte. Entonces, yo corría como un gamo, pero en mis andanzas me despisté y con el aire y la lluvia tan fuerte que comenzó a caer, perdí la pista. Ni olores, ni sonidos, ni nada. Pregunté a unas terneras que pastaban tan tranquilas bajo la lluvia, pero no sabían nada, De repente, un débil sonido llegó desde lejos y me dejé llevar por él. Era Tuteli, que angustiada, me buscaba y gritaba mi nombre una y otra vez. Tumiguelangel se metía entre las zarzas, cerca de los astados buscándome, y por fin, aparecí en lo alto del camino, con las orejas echadas hacia atrás corriendo angustiado y alegre a la vez por haberlos encontrado. Sé que Tuteli nunca me habría  abandonado a mi suerte bajo aquella tormenta tan ruidosa. ¡Lo sé!
«¡Oh, Monty!»
¡Cómo me gusta cocinar con Tuteli! Y eso que ya no me da trozos de verduras como cuando era pequeño. Dice que tengo sobrepeso y para la displasia  es mejor  perder unos kilitos. ¡También le sobran algunos a ella! ¡Y a Tumiguelangel! Aunque también  se privan de comer, la verdad. Quiero ser  solidario con ellos, pero sigo mirando por si  cae algo…
«¡Adiós querido amigo», me has dado tanto!» —¡No Miteli, estoy aq…Mite…!
Oigo su voz  apenas perceptible… su mano cálida sobre mi lomo… Monty, Monty, miperritoguapo…










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