Me costó un tiempo
identificar que Tuteli, quería decir en
realidad, Miteli. ¿Dónde está Tuteli? —decía
él. ¿A dónde vas sin Tuteli? —decía
ella. No sé por qué, pero ahora comprendo que la posesión es mía. ¡Miteli!
Oigo su voz lejana,
cariñosa… «Monty, Monty, mipequeñitoguapo»…, —siento su mano…
…¡Ay va! Si viene Tuteli con nosotros. Corro feliz. ¡Qué bien lo vamos
a pasar! Con lo que nos gusta la nieve. Me
emociona su cara risueña tirando
bolas a su marido. Quiero jugar yo
también jejeje; muerdo la nieve que ella coge y me aparta, no se da cuenta de que quiero hacer bolas y tirárselas. (Recuerdo
cuando mordía la arena la primera vez
que fuimos a una playa…) pero esa es otra historia, volvamos aquí…
Y ahora me llama y me pregunta que qué me pasa… ¡qué tonta! no se entera
de nada. Me voy a disfrutar de la frescura de la hierba blanca… ¡anda, que olor
viene de ese matorral! Uhmm la lluvia ha limpiado las plantas y despiden un aroma tan rico, da gusto olerlas… «¡Vamos
hijos, que camináis como caracoles!… » Si supierais lo que me molesta la barriguita.
Pero no me quejaré, ¡estamos tan contentos los tres!
Este parque es una prolongación de mi hogar. Cada mañana lo
recorremos, y cada día cambian sus esencias...
Cuando me saludan las ardillas me siento feliz, aunque preferiría alcanzarlas y
darles un mordisquito, pero corren más que yo.
«¡Ooh, Monty!…» —oigo
su latido lento, o ¿es el mío?
El pulso que mejor
recuerdo es el de “Tumíguel” —fueron sus
latidos los primeros que escuché cuando me apartaron de mi madre—. Cuando viene,
la casa se llena de alegría y yo también me siento más feliz, porque entonces somos
como una piña. ¡Los cuatro jinetes del apocalipsis! Recuerdo una ocasión,
cuando subíamos al monte, que se me cruzaron tres corzos. Cómo corrían los
condenados, pero me fui tras ellos con
la intención de cazar al menos uno… No fue posible. Son más duchos que yo
saltando entre arbustos y ramas. Con el
firme tan desigual se me rompió el
espolón. No sentía el dolor, porque el de mi orgullo herido lo superaba. Después me di cuenta de que eran una familia.
Mejor que no les diera alcance, me hubiera apenado mucho haberles hecho daño. Nadie
debería entrometerse en una familia,
¡Nadie! Algunos bien que crean tempestades
innecesarias. Tuteli es fuerte…, pero
sufre…
En diferentes caminatas
por el hayedo disfrutamos de la compañía de los corzos, jabalíes y demás
animales. Nunca más se me ocurrió ir a cazarlos. Siempre nos saludamos, es
bueno tener amigos por estos lares. En ocasiones me indican que hay algunos peligros para mi familia; yo les advierto y, Tuteli, todo hay que decirlo, me hace caso…
«Monty… Monty, mipequeñito»… —su voz llorosa…
Oigo susurros de pena como los que, algunas noches
se le escapan entre lágrimas contenidas, que humedecen sus pómulos... Al principio, no
sabía qué hacer y ante el temor de que estuviera irritada, me ocultaba tras las
sillas del salón, como cuando se enfadaba con Tumiguelangel, o con su trabajo,
o con la “abuela” ¡Que le hacía cada chapuza! Graciosas al principio, pero llenas de ojeriza después. Ella las repetía y no se
cansaba. Tuteli hablaba y advertía y rogaba que la hiciera caso… y
nada. Erre que erre. Quería imponer su
criterio, a pesar de no estar en “su casa” porque en la suya es otra cosa, y Tuteli nunca le
imponía su razón… La regañaba porque no comía a su hora, o no se aseaba y
vestía en condiciones…, pero nunca le dijo cómo hacer las cosas en la vivienda
ni en su familia. Pero volvamos a esas lágrimas,
que debían de llenar lagos internos porque apenas rodaban unas pocas por sus mejillas,
pero la miraba a los ojos y adivinaba su
profunda tristeza. Una noche me acerqué
despacito, la besé en la mano y ella sonrió. De un salto me subí a su regazo y
me acarició toda la noche. Empapó mi
cabeza y mi lomo. Me quedé dormido,
mojado y todo…
«Es nuestro último
viaje Monty querido…» —¡Qué va, Tuteli… estoy aquí!
¡“Corre, corre, Monty,
ven, ven con Tuteli”! Ese estribillo me
acompaña siempre. Y cada vez que lo dice, corro a sus brazos. Me salvó de una
tormenta torrencial que me caló hasta los huesos (y a ellos también), en pleno
monte. Entonces, yo corría como un gamo, pero en mis andanzas me despisté y con
el aire y la lluvia tan fuerte que comenzó a caer, perdí la pista. Ni olores,
ni sonidos, ni nada. Pregunté a unas terneras que pastaban tan tranquilas bajo
la lluvia, pero no sabían nada, De repente, un débil sonido llegó desde lejos y
me dejé llevar por él. Era Tuteli, que angustiada, me buscaba y gritaba mi
nombre una y otra vez. Tumiguelangel se metía entre las zarzas, cerca de los
astados buscándome, y por fin, aparecí en lo alto del camino, con las orejas
echadas hacia atrás corriendo angustiado y alegre a la vez por haberlos
encontrado. Sé que Tuteli nunca me habría abandonado a mi suerte bajo aquella tormenta
tan ruidosa. ¡Lo sé!
«¡Oh, Monty!»
¡Cómo me gusta cocinar
con Tuteli! Y eso que ya no me da trozos de verduras como cuando era pequeño. Dice
que tengo sobrepeso y para la displasia es mejor perder unos kilitos. ¡También le sobran
algunos a ella! ¡Y a Tumiguelangel! Aunque también se privan de comer, la verdad. Quiero ser solidario con ellos, pero sigo mirando por
si cae algo…
«¡Adiós querido amigo»,
me has dado tanto!» —¡No Miteli, estoy aq…Mite…!
Oigo su voz apenas perceptible… su mano cálida sobre mi
lomo… Monty, Monty, miperritoguapo…
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