No podían hablar ni cantar ni tocar la una a la
otra. ¡Silencio!, o los Pokemon no aparecerán. Su amiga se mareaba
de voltear por la era para atraparlos.
Tenían que irse a estudiar y comentó: «No
deberíamos jugar durante tantas
horas, tenemos que repartir el tiempo
con otras actividades».
Marta reía su “ocurrencia”, a carcajadas.
A través de grandes
ventanales, adornados con atrayentes carteles, vio hombres y mujeres enganchados a diferentes máquinas. Por un momento creyó vislumbrar en ellos, el rostros de Marta y…, el de su padre…
La alegría abandonó su rostro, como la niebla que se desvanece…
Tus relatos siempre sorprenden. Felicidades amiga. Besos y abrazos.
ResponderEliminarFeli, no sé que sucede con mis correos y perfiles. Soy Rosa Jaén o Rosa del Aire, en mis blogs.
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