Paseaba el santo entre los cipreses un poco harto de tanta consulta y tanto ruego, cuando se tropezó con una niña de rizados y rubios cabellos que caminaba cabizbaja y llorosa. Al interesarse por tanto sollozo, ella le contestó que estaba harta de caer en la misma trampa una y otra vez: «Si preguntas, inquieres. Si no preguntas no te cuentan».
—San Amón tiene tanto trabajo que no responde a mi pregunta: ¿Qué puedo hacer? Me aíslan, me anulan. Si conviene, soy ni hija, o hermana; si no, no pinto nada. «Callada estás más guapa y todos más tranquilos»: dicen. Si no espabilo, llegará un día en el que me anulen como mujer y… como madre, incluso —le cuenta al santo sin saber que lo era.
—En fin, no hace falta cerrar los
ojos para comprobar que la oscuridad persiste —le dice el anciano. Y la
esperanza, que es muy osada, le sugiere que no desespere, que tal vez algún día,
muy muy lejano encontrará la respuesta.
Entonces, San Amón retoma rápidamente
su trabajo. Tiene que arreglar tantos entuertos que, ni un momento de respiro le queda. Demasiados enredos producidos por: mentiras, y engaños, y subrepticios intereses. Aunque, a estas alturas hasta
él mismo cree que su objetivo también se ha convertido en una utopía, pero no
ceja en el empeño.
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Fotos: mis archivos
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