Hace un año, nos las prometíamos felices al despedir al 2021. Engalanamos la casa y la mesa, que no pudimos compartir por la alta tasa de transmisión del Covid19, y con las doce campanadas nos tragamos las lágrimas que mojaban las uvas como el mejor champan, pero le dijimos adiós y recibimos al 2021 un tanto entusiasmados.
No trajo un pan bajo el brazo, vino acompañado de Filomena y otra serie de catástrofes tan seguidas como variopintas. Entre agua y fuego se fue cebando en nuestro ánimo la tristeza y la desilusión. Nuestro futuro inmerso en la incertidumbre, si más certeza que la que nos da el sentido común con el que nos conducimos en el día a día. Y no es fácil.
Hoy, volvemos a engalanar las casas
y las mesas, aunque tampoco podemos compartirlas. Esta noche mientras baja el
carrillón y, con cada campanada miraremos al cielo mientras susurramos:
“Virgencita, virgencita, déjanos como estamos”.
Pero también podemos hacerlo todos los
días que nos regala la belleza del amanecer y se despiden con preciosos atardeceres.
Son gratis como los besos y los abrazos que damos por doquier. Disfrutémoslos
mientras llega el ocaso.
¡Feliz 2022!
Fotos: mis archivos
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