Antes era el 8 de
diciembre. Cuando la Inmaculada Concepción. Cuando los hijos, sobre todo los más pequeños dedicaban una mirada especial a sus madres, con un atractivo trabajo
sugerente al amor que se profesa en el regazo familiar en torno a esa figura
que muchos idealizaban con la “pata quebrada y en casa”.
Los tiempos han cambiado
y las costumbres y las fechas también, pero ese amor genuino e inconmensurable
permanece indeleble, y todavía perdura en los corazones de niños, jóvenes y
mayores. Aún, a pesar de la modernidad que nos envuelve, se oye con frecuencia:
“mi madre ni la mientas”. Ella es sagrada.
Primer domingo de mayo cuando la primavera está en plena efervescencia de amor por la tierra, igual que el de los hijos por sus madres.
Fotos: mis archivos y Google
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