Aún está oscuro, el sol no ha terminado de dar la vuelta para iluminar la ciudad. Al abrir las ventanas, el aire fresco inunda la estancia y trae aromas que me recuerdan los paseos por la rivera del Cidacos, donde, en respuesta a la primavera, las flores silvestres se abren y desprenden suculentos olores que engordan el viento.
Mientras la brisa recorre la casa y se lleva los humores acumulados, las margaritas blancas y amarillas, las amapolas y los lirios de diversos colores la recorren también. Y entre lirio y lirio descubro que ha llegado el delirio de conspirar, incluso, contra las flores. Tal es el panorama que brinda la actualidad, que parece que la pandemia ha dejado paso a tanta razón sin razón, y tanta incongruencia.
¿Os pasa que la aglutinación
de incoherencias, no os deja pensar con tranquilidad?
Vivimos, durante mucho
tiempo ya, inmersos en tanta incertidumbre que nuestro cerebro adquiere un
grosor insoportable que se apodera de nuestro sosiego, como lo hace el aparato
digestivo con el trastorno de la obesidad, y nos conduce, derechos, a la ruina física
y mental.
Tal vez, tengamos que
aprender a mirar por la ventana, por eso traigo unas palabras de Concepción Hernández
que nos enseñan a hacerlo:
“Acostumbro a contemplar mi vida a través de una ventana. ¡y es liberador! Puedo deleitarme con lo bueno que hay en ella y no prestar atención a lo que me desagrada. Yo, como mero espectador, elijo qué observar. Y sea lo que sea, al mirarlo detenidamente, le estoy diciendo a la vida: “de eso, quiero más.
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