Sentada junto a la ventana, veía pasar la nada mientras saboreaba una tortilla y
un café con leche. El contraste de sabores
la trasladó a su infancia, ya lejana, cuando aquellos manjares constituían el único alimento que disponía para todo el día.
En una atmósfera de libertad, lo humano y lo divino se paseaba
por su mente, el desasosiego y la esperanza se debatían ante el crecimiento de la equidad. Compartió su
torrente de ideas entre los
compañeros con su mismo espíritu, pero no
mencionó la muerte. Habían nacido el mismo día y ella los llevaría a la eternidad.
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