Fuera, ha nevado. Las temperaturas son bajas, y el viento
aumenta la sensación de frío, pero Jesús, esperanzado, continúa
asomado al ventanuco, aguantando las inclemencias que a través
del plástico deteriorado se van colando en la casa.
María, al amor de cocina de leña, prepara la exigua cena
mientras su marido trabaja en el establo. Se avecina una ventisca y
los relámpagos seguidos de truenos alarman a la mujer.
—¡José! ¿Has visto ese destello? José, esta noche se está
desencadenando una gran tormenta, tenemos que resguardar a los
animales de la ventisca ¡José! ¿Dónde estás?
—Mamá escucha, no es una tormenta como la de ayer, solo se
ve centellear una luz en la oscuridad de la noche, no hay ruido de
truenos, vamos a mirar por la ventana a ver qué pasa —comenta
Jesús, que entusiasmado no oía el estruendo de la velocidad de
la luz.
Los vanos están tapados con plásticos, no son transparentes
como los cristales y no se distingue nada, María sigue la corriente
a su hijo.
—¿Dónde está tu padre?
—María, tranquilízate. Hoy ha ocurrido algo extraordinario.—
interviene José—. Los reyes magos han pasado por esta casa, he
salido para darles algo de comer, y puedan seguir su camino.
—¿Los Reyes Magos?, ¿Dónde están? Quiero verlos, ¡son el
gran sueño de mi vida!
—Verás hijo, son Magos y saben que eres un niño muy bueno,
por eso han pasado por aquí para dejarte los juguetes que les
pediste. No puedes verlos porque perderían su magia y no podrían
traerte más presentes.
—¡Pero papá, tengo que verlos! De lo contrario ¡Nunca sabré
como son!
—Tienes que imaginártelos y guardar esa ilusión en tu corazón,
de esa manera siempre los conocerás.
—Mira papá, que paquete tan bonito me han dejado ¡Pero no
hay turrón!
—No, ellos son sabios, saben que has cenado una buena sopa
caliente con una garrita de pollo, por eso te han dejado ese obsequio,
y el turrón se lo han llevado a otro niño que no tenia qué cenar.
—¡Claro papá! ¿Puedo abrir el paquete?
—Consérvalo así hijo, guárdalo con tu sueño.
María contemplaba la escena un tanto apenada. La tormenta
había destrozo el ventanuco y gastaron sus ahorros en repararlo.
Una vez más, tuvieron que sacrificar regalos de reyes.
Jesús, manteniendo su alegría delante de sus padres, recogió el
paquete y con lágrimas en sus ojos, lo guardó bajo su cama, con la
esperanza puesta en el próximo año.
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