Se abre la
puerta de repente asustando a enfermos y cuidadores. Una figura rechoncha,
deforme, con cara de malas pulgas y toscos andares, irrumpe en la habitación
exhibiendo su mala educación de forma gratuita.
Unos no saben
quién es, otros la reconocen al verla.
Con sus grandes dotes teatrales lloriquea a la
cabecera de la cama. Sus lagrimones inundan la almohada.
— ¡Has venido,
por fin!
—Sí, he venido y
me voy. He tenido que soslayar muchos inconvenientes que... –contesta a la vez que
vuelca sus miserias sobre la persona enferma.
—Me alegra
verte pero, ahora que te has confesado, vete. Yo creeré
que, por primera vez, me has regalado tres horas de tu vida.
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