Las tiene en el desván, las alas que tuvo que dejar, cuando la sororidad le empujó a cuidar del vuelo de su amiga. Esa que ahora recorre los confines del mundo en un revoloteo continuo y desprovista de toda solidaridad.
Esa que considera que su trabajo fue una paparrucha. Un gesto innecesario
para alguien tan suficiente como ella. ¡La fruslería de una anciana: comenta cuando le preguntan!
Amanece lento, como con pereza,
los rayos del sol entran por la ventana justo cuando, ajustada a sus descoloridas alas, se echa a volar. La radio
divulga la hazaña.
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